Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

lunes, 18 de noviembre de 2013

La cultura carcharodon

¿Tiene la cultura una función directiva, represora de heterodoxias y conservadora del status quo? ¿Somos conscientes de ello, o lo naturalizamos todo hasta el punto de que nadamos felices sin saber que en realidad nos vemos transportados por una corriente a menudo artificial e interesada?

Transcribo un chocante texto del poeta y dramaturgo Bertolt Brecht, para a continuación comentarlo brevemente:

“Si los tiburones fueran personas”, preguntó al señor K. la hijita de su arrendadora, “¿se portarían mejor con los pececillos?”. “Por supuesto”, dijo él. “Si los tiburones fueran personas  harían construir en el mar unas cajas enormes para los pececillos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto vegetales como animales. Se encargarían de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían toda clase de medidas sanitarias. Si por ejemplo un pececillo se lastimara su aleta, le pondrían inmediatamente un vendaje de modo que el pececillo no se les muriera a los tiburones antes de tiempo. Para que los pececillos no se entristecieran, se celebrarían algunas veces grandes fiestas acuáticas, pues los peces alegres son mucho más sabrosos que los tristes. Por supuesto, en las grandes cajas habría también escuelas. Por ellas los pececillos aprenderían a nadar hacia las fauces de los tiburones. Necesitarían, por ejemplo, aprender geografía, de modo que pudiesen encontrar a los grandes tiburones que andan perezosamente tumbados en alguna parte. La asignatura principal sería, naturalmente, la educación moral del pececillo. Se les enseñaría que para un pececillo lo más grande y lo más bello es entregarse con alegría, y que todos deberían creer en los tiburones, sobre todo cuando éstos les dijeran que iban a proveer un bello futuro. A los pececillos se les haría creer que este futuro sólo estaría garantizado cuando aprendiesen a ser obedientes. Los pececillos deberían guardarse muy bien de toda inclinación vil, materialista, egoísta y marxista; y cuando alguno de ellos manifestase tales desviaciones, los otros deberían inmediatamente denunciar el hecho a los tiburones.

“…Si los tiburones fueran personas, también habría entre ellos un arte, claro está. Habría hermosos cuadros a todo color de las dentaduras del tiburón, y sus fauces serían representadas como lugares de recreo donde se podría jugar y dar volteretas. Los teatros del fondo del mar llevarían a escena obras que mostraran a heroicos pececillos nadando entusiásticamente en las fauces de los tiburones, y la música sería tan bella que a su son los pececillos se precipitarían fauces adentro, con la banda de música delante, llenos de ensueños y arrullados por los pensamientos más agradables. Tampoco faltaría religión. Ella enseñaría que la verdadera vida del pececillo comienza verdaderamente en el vientre de los tiburones. Y si los tiburones fueran personas, los pececillos dejarían de ser, como hasta ahora, iguales. Algunos obtendrían cargos y serían colocados encima de los otros. Se permitiría incluso que los mayores se comieran a los más pequeños. Eso sería delicioso para los tiburones, puesto que entonces tendrían más a menudo bocados más grandes y apetitosos que engullir. Y los pececillos más importantes, los que tuvieran cargos, se cuidarían de ordenar a los demás. Y así habría maestros, oficiales, ingenieros de construcción de cajas, etc. En pocas palabras, si los tiburones fueran personas, en el mar no habría más que cultura”.


Bertolt Brecht, Kalendergeschichten

 Fea imagen de la cultura la que nos presenta el autor alemán. No creo que sea sólo esto, ni que pretenda Brecht englobar a través de esta metáfora a toda la cultura humana, sino a un determinado conjunto de la misma, que es no obstante el imperante en nuestras sociedades. Vemos a nuestro alrededor cómo se cumplen muchos de estos símiles, cómo la religión ha premiado tradicionalmente a los mansos y abnegados ante la injusticia con el futurible reino de los cielos, cómo la escuela enseña desde bien pronto la competitividad, el valor cifrado, y qué es lo que hace del individuo un ser "útil" o "inútil" para la sociedad. Vemos cómo la cultura de masas se encarga de definir qué es un triunfador y qué no lo es, qué es bello y qué horrendo, qué interesa recordar y qué es mejor obviar u olvidar. Así, la ciencia neutra y lo privado es el futuro natural al que debemos conducirnos y aspirar, primeramente a través de nuestra educación. Debemos ser buenos ciudadanos, que votan cada cuatro años para callar durante otros cuatro, mayoría silente. Debemos respetar a los que no respetan nada, entender que hay peces gordos que por derecho se meriendan a los pequeños, y ver con malos ojos a quienes se opongan a este estado de cosas, pues son ruidosos, escandalosos en su protesta, y nos recuerdan cuanto preferiríamos ignorar (ya que el saber es a veces doloroso). No hablo de grandes conspiraciones, sino de formas de organización muy bien arraigadas. La metáfora es la metáfora, y la realidad... no anda lejos.


Saludos


No hay comentarios:

Publicar un comentario