Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

viernes, 28 de noviembre de 2014

La literatura y yo

Soy impaciente hasta para esperar que se caliente la leche. Lo que me gusta de la literatura es la capacidad para mostrar la filosofía en lo cotidiano; cómo puede abrirte en canal, como me sucedió un verano que leí Madame Bovary de Gustave Flaubert, y después  El extranjero de Albert Camus. Bomba.

Me gustan los escritores que me hacen pensar y, por tanto, que me inducen al cambio. Me gustan aquellos que son capaces de hacer filosofía a través de sus propias vidas –espectacular Anaïs Nin, el siempre eterno Charles Bukowski–. Me gusta la autobiografía y me gustan aquellos que utilizan un pretexto, un escenario, como puerta de salida, como la magia de Kundera. Sólo leo historias cuando estoy agotada intelectualmente, pero en esos casos prefiero no leer nada; leo pocas historias pues. Hay temporadas en las que apenas leo, pero me sigue apasionando la literatura del mismo modo, simplemente no es el momento. No es lo único que me gusta hacer, evidentemente.

Aborrezco las personalidades que tan sólo saben hablar de escritores, que no hablan sino citan constantemente. Eso no es arte, es pura repetición. Me aburren profundamente los chistes sobre libros, sobre las peculiaridades del lector, incluso del escritor. Siempre con el molde, ese molde que acaba partiéndose en dos. Cabes o no cabes.

La competición me agota, por lo que en muchos ámbitos soy mediocre, o al menos así estoy considerada. Es maravilloso. Cuanta más presión consigues evadir y más frustras las expectativas que otros han puesto sobre ti más libre eres. No se trata de egoísmo, sino de ‘moldear’ tus propias expectativas aplicadas única y exclusivamente a ti mismo. He llorado un sinfín de veces al escuchar de boca ajena que no soy buena, permitiendo que eso me haga perder la confianza en mí misma. Año tras año, tras año, tras año, he aceptado todas las críticas –u opiniones– y me las he creído. He aceptado que no soy especial y que no iba a tener una vida puramente propia, sino que tenía que dejarme llevar. Y así fue, hasta que perdí el color en el rostro, tenía ojeras cual panda, la vida ya no me servía y estaba cada vez más delgada, marchitándome.

Y a esto es a lo que me enseña la literatura, a aprender de estos momentos. No es necesario mitificar ninguna figura, querer ser o copiar a un escritor que admiras. Sólo necesitas aprender, estar abierto a las vivencias y experiencias de otros. Sin olvidar el criterio, sin olvidarte a ti mismo, sin comparar. La maestría de la literatura reside para mí en este campo. Vomitar, mostrar, jugar. Sin pretensión de enseñanza. La elección es libre. Miro el cristal del microondas deseando que los minutos pasen. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario