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sábado, 26 de diciembre de 2015

Increíble Alice


Tracy Chapman me llevó a Alice Walker. Wikipedia es así. En un paseo por la última Feria del Libro Antiguo y de Ocasión tuve por primera vez un libro suyo en mis manos. Lo cogí, lo ojeé, lo solté. Había leído algo sobre ella, pequeños datos sobre su vida y obra, pero a pesar de que me llamaba mucho la atención, pensé que no era el momento y lo solté. A veces las relaciones son así. Hace más o menos un mes, reconocí rápidamente su nombre en la estantería de una pequeña librería solidaria. ‘El templo de mis amigos’ volvía a estar en mis manos. Había también otro título. Leí y releí los argumentos varias veces, los toqué, los dejé, los cogí. Como tengo la graciosa manía de almacenar libros, siendo este almacenaje mucho más rápido que mi capacidad de lectura, decidí llevarme sólo uno. Libré una dura batalla interior. Cuando ya había paseado durante un buen rato mi elección, retrocedí para dejarlo en su estantería y coger a su compañero ‘En posesión del secreto de la alegría’. No podía parar de abrir y cerrar mi hallazgo, y eso que todavía no era consciente del inmenso regalo que me había hecho a mí misma. Ese mismo día empecé a leer y no pude parar, no pude parar de emocionarme.


Este libro de Alice Walker es maravilloso, de esas obras que marcan un antes y un después, que te agarran los párpados con fuerza, te aprietan el estómago y cantan. Su nivel de belleza y de conciencia me aceleraban el corazón, literalmente. De una sencillez exquisita y profundamente poético. Sigo sin entender cómo es posible que en 26 años de vida no haya escuchado su nombre. No soy una persona de oídos vagos, todo lo contrario. Tengo una inmensa lista cerebral de todos esos autores que hay que leer. Hay que leer a Alice Walker. Me hallo incrédula ante la falta de ediciones de esta autora. Es una autora necesaria. No he encontrado ninguna edición en castellano que no sea anterior a los 90. Muchísimos de sus trabajos sin traducir. No lo entiendo.

Alice tiene esa mágica forma de tratar el dolor que tan sólo algunas personas poseen. Un dolor muy incómodo: el de la historia –historias– de las mujeres. Sufro la necesidad de acercarme más a esta historia, a la historia del dolor de las mujeres, a la de su esclavitud. Yo formo parte de esa historia.  Yo soy esa historia.

Con Alice Walker he descubierto lo poco que leo a las mujeres. Yo, que grito siempre a favor de mis congéneres, he descubierto y asumido que no las consumo. Todavía no me he atrevido a contrastarlo, no he contado los títulos de mi pequeña biblioteca, sé que me voy a asustar. Hablo de las mujeres pero no de mujeres, no tienen nombre, porque no las leo, no las consumo.

Siento vergüenza, la verdad. Estos últimos meses he estado intentando romper mi barrera eurocéntrica, he consumido en su mayoría a autores de otras culturas y continentes. Pero me había olvidado de las mujeres. De qué me sirve leer a los japoneses si no leo a las japonesas. Más todavía yo, que soy mujer. Esto me lleva a pensar mucho, pues reconozco en mí viejas ansias por escribir como un hombre; he tenido conflictos de seguridad al comparar mis escritos. Claro que había un conflicto: soy mujer, me expreso de diferente forma. De ahí mi mística unión con la obra de Walker. Me vi y me sentí. No quiero decir con esto que vaya a identificarme con cualquier mujer por el hecho de serlo, ni pretendo generalizar. Sólo reflexiono acerca de la idea de consumo, pues los hombres consumen hombres y las mujeres también. Así nunca nos reconoceremos en el espejo. Con Walker potencio mi investigación particular acerca de este conflicto cultural, un conflicto que supone, aunque sea sólo mediante susurros, considerar a la mujer menos válida para la escritura. Retomo, con esto, el problema del protagonismo. 

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